“¿De qué sirve llamarse bancada provida si se deja morir a los que ya viven?”
El Principito llegó al Congreso y encontró a la Bancada Provida del Senado reunida, hablando con solemnidad sobre la defensa de la vida. Pero en sus pasillos no había niños, ni escuelas, ni sueños… solo comunicados, cámaras y discursos.
—¿Y esto es defender la vida? —preguntó el Principito con su voz suave.
Los senadores lo miraron sin responder. Porque su vida cabía en una frase, pero no en una acción.
Entonces el Principito escribió en la pared:
“Defender la vida no es decirlo, es hacerlo. La vida no se salva en comunicados, sino en los lugares donde duele: en la calle, en la escuela y en la familia.”
El Principito y los Niños de Colombia
“El Principito miró la Tierra y se asombró: los hombres celebraban el Día del Niño el 31 de octubre, el mismo día en que veneran la oscuridad.
—¿Cómo pueden celebrar la luz en medio de las sombras? —se preguntó.
Vio niños disfrazados pidiendo dulces, mientras otros sufrían hambre, abandono y enfermedad. Y entendió que muchos padres regalan caramelos un día… pero olvidan el amor los otros 364.
“No disfracen la inocencia —dijo el Principito—, protéjanla.
Porque cuando un niño sufre, no solo se apaga una estrella… se apaga el corazón de una nación.”
El Principito y la apología de la verdad
En el reino de las dos caras, callar es premio y decir la verdad es delito. La Reina no perdió su corona: cambió el oro por valor. Porque en un país donde todos gritan “libertad”, pocos se atreven a ejercerla.
El Principito y la voz que quisieron callar (desde el planeta Colombia)
En su viaje por el universo, el Principito llegó a un planeta azul llamado Colombia. Allí descubrió que sus habitantes, aunque compartían el mismo cielo, se habían olvidado de escucharse. Las palabras se habían vuelto piedras, y el silencio, una forma de miedo. “¿Por qué se insultan si viven bajo el mismo sol?”, preguntó con inocencia.
Un anciano le respondió con tristeza: “Porque la polarización los cegó. Ya no dialogan, solo gritan”.
Entonces el Principito comprendió que cuando una palabra se castiga, el diálogo muere, y con él, la esperanza. Recordó que su rosa, aun con su orgullo, le había enseñado a no temer la verdad. Así entendió que la democracia también es un jardín: solo florece cuando cada voz puede hablar sin miedo a ser pisada.
Antes de partir, dejó grabado un mensaje sobre una piedra andina:
“Colombia no debe dormirse. Debe despertar con respeto, votar con conciencia y no dejarse dividir por el odio. No somos enemigos, somos un mismo cielo con distintas estrellas.”
Y mirando el amanecer entre las montañas, el Principito susurró:
“Dios bendiga a Colombia. Porque aún puede sanar, si aprende otra vez a escucharse.”
El Principito mira a Colombia: cuando el púlpito se volvió tarima
“Desde su asteroide, el Principito observa a Colombia y se pregunta por qué un país que dice creer en Dios gobierna como si lo hubiera olvidado. Entre discursos sobre familia, vida y fe, descubre promesas vacías, programas bien escritos pero mal vividos, y líderes que confunden evangelizar con hacer política.
El Principito comprende que muchos hablan de Dios, pero pocos le obedecen. Que el verdadero gobierno cristiano no se mide por palabras bonitas ni leyes religiosas, sino por la coherencia entre la oración y la acción, entre el altar y la decisión pública. Gobernar como Dios lo ha encargado no es buscar votos, sino servir con verdad, justicia y humildad.
Al final, el Principito concluye que aún hay esperanza: si un solo servidor público decide amar más la verdad que el poder, Colombia puede volver a brillar. Porque la luz de un creyente no está en lo que promete, sino en lo que cumple.”