“Usan el nombre de Jesús para lanzar campaña… y entregaron Asuntos Religiosos a un falso rabino: la traición cristiana que abrió la puerta al islamismo radical en Colombia”

“Los culpables no son los radicales islámicos, ni los brujos, ni los santeros. Los verdaderos responsables son los senadores cristianos que, por cobardía o conveniencia, abandonaron su deber. @LorenaRiosR y @JhonMiltonR entregaron el espacio de Asuntos Religiosos a un falso rabino sin levantar un solo dedo. Prefirieron organizar marchas vacías y discursos de campaña antes que enfrentar la amenaza real: la infiltración ideológica y religiosa en el Estado. Permitieron que mezquitas chiitas, asociadas a Hezbolá, se camuflen en Colombia mientras venden fe y negocian votos. No fue un error: fue complicidad. Y el Reino de Dios no se vende… pero ellos sí lo entregaron” (Proyecto 57 de 2025 senado)

Mientras en Colombia los titulares gritan “Uribe va, Uribe viene”, Petro tiembla en su balcón de cristal y el senador Iván Cepeda corre tan rápido que sus abogados ya están practicando cómo camuflarse en las piedras del olvido, hay un tema más preocupante, más peligroso, y que no está en los titulares: el avance silencioso del islamismo radical, la brujería y la santería, disfrazados de libertad religiosa.

Sí, así como lo leen. Y no se trata de ficción teológica ni de paranoia conspirativa. Hablamos de Richard Gamboa, un falso rabino que se coló en los asuntos religiosos del Estado, no gracias a una conspiración extranjera, sino con el aval de dos pastores evangélicos colombianos: el pastor Luis Fernando Barbosa, de la Confederación Evangélica de Colombia, y el pastor John Milton Rodríguez, fundador del partido Colombia Justa Libres. Dos líderes que, al parecer, bajaron la guardia o la conciencia y abrieron la puerta a quien hoy representa un riesgo no sólo para la institucionalidad religiosa, sino para la seguridad nacional.

Gamboa no llegó solo. Trajo consigo un discurso de inclusión que resulta ser caballo de Troya para ideologías y prácticas espirituales profundamente contrarias a los valores cristianos y a la libertad verdadera. Como ya se advirtió el año pasado en Blue Radio, algunas mezquitas chiitas están funcionando como fachada para la expansión iraní en Colombia y como centros de reclutamiento para organizaciones como Hezbolá, una de las más peligrosas del mundo islámico radical. Pero mientras esto ocurre, aquí, los líderes evangélicos prefieren organizar marchas “pro Jesús”, como si eso fuera suficiente escudo contra el extremismo.

Colombia es un país donde el 90% de la población se identifica como cristiana o católica, y sin embargo, en nombre de la libertad religiosa estamos normalizando la entrada de doctrinas que promueven persecuciones religiosas, odios históricos y hasta el martirio de creyentes. ¿Acaso no es esto una incoherencia escandalosa? ¿Dónde están las voces de quienes ocuparon ese cargo antes? ¿Dónde están la senadora Lorena Ríos y Alexander Jaimes, que tuvieron el poder de proteger ese espacio? ¿Cuál fue su legado? ¿Dejar un vacío para que hoy lo llene el “rey del Principito”?

Silencio cómplice, eso es lo que hay. Porque mientras discutimos si Jesús va o viene en una pancarta, los que vienen son otros, y no precisamente trayendo paz. Los autores de este proyecto —Carlos Alberto Benavides Mora, Robert Daza Guevara, Catalina Pérez, María José Pizarro, David Racero, Cristóbal Caicedo y Dorina Hernández, ya han logrado que sus nombres aparezcan en el tablero del Senado… aunque curiosamente, en la web de la Secretaría, el proyecto aún no aparece. ¿Transparencia legislativa?

Y mientras tanto, los directores de Asuntos Religiosos, uno del gobierno Duque y otro del gobierno Petro, no hicieron nada para blindar el país de estas amenazas. Cero control, cero criterio, cero discernimiento. El evangelismo no es una excusa para hacer política de escritorio, ni una fachada de votos. Evangelismo es evangelio, es defensa del Reino de Dios y de su justicia, no campaña electoral envuelta en marchas de domingo.

Colombia no es guarida de terroristas ni monasterio de brujos. Este país, que aún dice creer en Dios, no puede permitir que, en nombre de la libertad religiosa, se legalicen los tentáculos de quienes persiguen, matan y odian todo lo que huela a Cristo. A los pastores que callan, a los senadores que negocian con el alma de la patria, a los funcionarios que con su omisión abren las puertas al enemigo: su silencio será recordado, no como prudencia, sino como traición. Y al pueblo cristiano: despierten, porque mientras aplauden en la plaza, el enemigo ya entró por la ventana.

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