“Pro Vida de Nombre, Antiinfancia de Hecho: La Bancada Provida del Legislativo”

Mientras la Bancada Provida del Legislativo llena el país de discursos sobre proteger la vida desde la concepción, miles de niños reales son reclutados, amenazados, heridos o asesinados en los territorios. La incoherencia ya no es un error: es una traición. Colombia exige legisladores que cumplan sus programas, no que se escondan detrás de lemas mientras la infancia se desangra.

Cuando el Principito volvió a Colombia, no llegó a un desierto ni a su asteroide, sino a un edificio pulido donde un letrero anunciaba: “Bancada Provida del Legislativo: Guardianes de la Vida”. Entró curioso, pensando que allí encontraría corazones sensibles y manos dispuestas a proteger a los más pequeños. Pero lo que halló fue otra cosa: un mundo donde la defensa de la vida era un lema brillante hacia arriba, pero una sombra oscura hacia abajo.

El Rey hablaba de leyes que nunca aterrizaban; la Vanidosa presumía firmas, aplausos y fotos, pero jamás mencionaba a los niños reclutados; el Geógrafo dibujaba fronteras y principios, pero dejaba en blanco los territorios donde la guerra cazaba a los menores; y el Farolero encendía y apagaba promesas tan rápido que ya no recordaba qué había prometido. Todos repetían la palabra vida, pero ninguno podía responder por qué 47.158 niñas y niños seguían atrapados entre fusiles, amenazas, desplazamientos, reclutamientos y silencios legislativos. Decían defender al no nacido, pero olvidaban al niño vivo. Se indignaban por un proyecto, pero callaban ante un reclutamiento. Aplaudían desde Bogotá, mientras en las zonas rurales los niños eran usados como mensajeros, escudos, vigías o trofeos de grupos armados. Y el Principito lo entendió: una bancada que se llama Provida sin defender la vida en su totalidad no es provida, es propaganda.

El Principito se acercó entonces al ciudadano —a ti— y le dijo: “No es tiempo de oportunidades, es tiempo de realidades. No puedes seguir dándole tu voto a quienes te engañaron. No puedes seguir creyendo en programas que no cumplen, en agendas que no tocan la vida real de los niños, en promesas que se evaporan cuando más hacen falta”. Porque viene una etapa crucial: los legisladores que el país elija tendrán que enfrentar decisiones que marcarán la Agenda 2030, y eso exige coherencia, integridad y valentía. No slogans. No marketing disfrazado de moral.

El voto que viene no es para darle otra oportunidad al que ya falló, ni para premiar a quienes abandonaron a la infancia mientras se exhibían como defensores de la vida. Es para elegir a quienes cumplan, a quienes honren sus palabras con hechos, a quienes entiendan que un niño amenazado es una nación en peligro.

En un país donde los niños siguen cayendo mientras los políticos se esconden en sus discursos, votar por los mismos es repetir la tragedia. Colombia no necesita más providas de nombre: necesita hombres y mujeres que defiendan la vida de verdad. Porque si el legislativo vuelve a fallar, no será la infancia la que pierda el país: será el país el que pierda su alma.

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El Rey de las Inconsistencias