EL PRINCIPITO Y EL PAÍS QUE DEJÓ MORIR A SUS NIÑOS
Un niño Wayúu le contó al Principito que en Colombia uno de cada diez niños se achica antes de crecer, mientras en La Guajira más de 37.000 caminan con hambre y 55 murieron sin que el Estado lo notara. El Principito miró al palacio del Rey y entendió que un país que abandona a sus hijos deja de ser nación para convertirse en desierto. Este editorial es su llamado a una Nación que olvidó lo esencial.
Una tarde, el Principito aterrizó en una tierra donde el viento soplaba como si llorara. Allí encontró a un niño con la piel reseca y los ojos grandes del silencio del hambre.
—¿Por qué estás tan delgado? —preguntó el Principito.
—Porque aquí —dijo el niño— uno de cada diez de nosotros se achica antes de crecer.
El Principito se estremeció.
—¿Y nadie los cuida?
El niño señaló un palacio lejano construido sobre discursos viejos y promesas que nunca florecieron.
—Allá vive el Rey con sus Senadores. Dicen que gobiernan para nosotros, pero no vienen. En mi tierra, La Guajira, somos más de treinta y siete mil los que peleamos contra la sed. Y cincuenta y cinco de mis hermanitos se fueron al cielo sin que nadie allá moviera un dedo.
El Principito sintió un nudo en la garganta.
—Pero… ¿ellos no saben que los niños son lo más importante de una nación?
El niño bajó la mirada.
—El Rey está ocupado defendiendo ideas que ni los sabios del reino comparten. Una de sus senadoras se dedica a torcer debates como si fueran juegos de palabras, aunque los datos digan lo contrario. Y otra, nacida en esta tierra de arena y sol, corre tras la moda de París mientras aquí falta agua para no morir.
El Zorro apareció, serio como pocas veces.
—Lo esencial se pierde cuando un líder ama más su reflejo que su responsabilidad.
Caminaron juntos hasta un pozo seco. El Aviador los esperaba allí, con el rostro marcado por la decepción.
—El Rey y sus senadores se preguntan por qué la gente ya no quiere tener hijos. Pero ¿cómo pedirle a alguien que plante una rosa donde ni siquiera están dispuestos a regar el jardín?
El Principito observó La Guajira, ese desierto donde la infancia se juega la vida.
—Un país que deja morir a sus niños —dijo— no es un país: es una tristeza que camina.
Y entonces miró hacia el palacio.
—No se gobierna para aplausos, para fotos o para viajes. Se gobierna para un niño que tiene sed. Y cuando un gobierno olvida eso, ha perdido su derecho a ser escuchado.
El Zorro añadió con un suspiro:
—Llegamos al punto en que un creador de contenido llevó agua donde debería llegar el Estado. Ese es el tamaño del abandono. Ese es el verdadero escándalo.
El Principito tomó al niño de la mano.
—Es hora de que este país elija nuevos guardianes. Guardianes que entiendan que una nación es sus niños. Nada más. Nada menos.
Al despedirse, abrazó al pequeño y dijo:
—Dios bendiga a la niñez de Colombia. Ojalá la Nación despierte antes de que se apague su luz.
Que este editorial sea un recordatorio para todo colombiano: un país que abandona a sus niños firma su propia extinción moral. La única esperanza está en elegir nuevos guardianes que entiendan que la vida de un niño vale más que cualquier cargo, viaje o discurso.