¿De qué sirve un gobierno del cambio si seguimos criando niños para el olvido?

Mientras el gobierno habla de cambio, miles de niños en Colombia viven entre el hambre, el abandono y el olvido. Más del 40% crecen sin acceso digno a salud, educación o alimentación. La desnutrición mata en La Guajira, el reclutamiento avanza en los territorios y el trabajo infantil se normaliza frente a la indiferencia institucional. La niñez dejó de ser prioridad, y el Estado, lejos de protegerla, se ha vuelto cómplice por omisión. ¿De qué sirve un gobierno del cambio si seguimos criando generaciones para el olvido?”

Hoy el presidente pidió que volviéramos a ver su intervención. Un discurso cuidadosamente editado, con frases bien puestas y silencios medidos, pero por más que lo repasé, hay algo que no aparece por ninguna parte: la realidad de los niños en Colombia. Esa parte del país que no vota, que no reclama, pero que también existe. Esa parte que es nuestro futuro, pero que hoy está sobreviviendo como si fuera descartable.

Más del 40% de los niños colombianos viven en pobreza multidimensional. Eso quiere decir que no tienen garantizado lo mínimo: ni alimentación, ni salud, ni educación, ni espacios seguros para crecer. Y cuando hablamos de la Colombia profunda —esa que solo visitan en campaña— los niveles de pobreza y exclusión son aún más graves. Es un abandono estructural, una deuda moral que no se paga con discursos.

La Guajira es el ejemplo más doloroso. A pesar de decretos, promesas y visitas televisadas, la desnutrición infantil sigue siendo crónica y aguda. Eso, en palabras simples, es un fracaso. Un fracaso que se mide en vidas que se apagan antes de tiempo, en familias que entierran a sus hijos por hambre, en un Estado que sigue sin actuar con la urgencia que se necesita.

Y sí, es cierto que hay comunidades con prácticas culturales distintas, pero eso no puede ser excusa para abandonar la salud pública. La realidad es que muchos niños no tienen acceso a vacunas, controles médicos, atención en salud mental o siquiera un puesto de salud cerca. ¿De verdad vamos a seguir justificando esa negligencia?

Pero cambiemos de tema, aunque no de dolor. Pensemos en la educación. ¿Dónde están estudiando los niños hoy? ¿Qué están aprendiendo en los municipios donde los grupos armados tienen el control? Porque si el Estado no llega, alguien más lo hace. Y muchos niños no están aprendiendo ciencias ni matemáticas, están aprendiendo miedo, obediencia a la violencia, y lecciones torcidas sobre poder, drogas y armas. Esa es la educación que se está impartiendo en demasiados rincones del país.

Y mientras tanto, más de medio millón de niños y adolescentes trabajan. No es que "ayuden en casa", es que están siendo explotados. Algunos en campos, otros en calles, algunos incluso en redes de trata o explotación sexual. Lo hacen porque no hay escuela, no hay protección, no hay opciones. Porque en este país nacer pobre es casi una condena, y ser niño es muchas veces sinónimo de estar desprotegido.

Y a todo esto se suma algo aún más silencioso pero igual de grave: los niños han dejado de jugar. Han dejado de reír. Ya no hay lugares seguros, ni tiempo, ni entornos que los motiven. Crecen rodeados de miedo, de carencias, de responsabilidades que no les tocan. Crecen demasiado rápido, y no por madurez, sino por abandono.

¿Dónde está la política pública que responda a esto? ¿Dónde están los funcionarios que miren a los ojos a estos niños y les digan que su vida importa? ¿Cuántos diagnósticos más necesitamos? ¿Cuántas alertas más debemos ignorar?

Colombia no puede seguir educando generaciones para el olvido. Si este es el gobierno del cambio, entonces que cambie de verdad. Que escuche. Que actúe. Que entienda que un país sin infancia digna es un país sin futuro. Porque si no somos capaces de proteger a los niños, ya no estamos hablando de errores: estamos hablando de una crueldad institucionalizada. Y eso no se cura con discursos, se cura con voluntad, acción y humanidad.

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