“Ni el Presidente, Ni los Partidos Cristianos Tienen Derecho a Usar a Dios Como Estrategia Política”

“Con Dios no se hace campaña. Con Dios no se juega. Y con la fe de los colombianos, mucho menos. Es profundamente preocupante ver cómo el presidente Gustavo Petro y varios partidos políticos, incluyendo aquellos que se autodenominan cristianos, utilizan el lenguaje religioso, los símbolos de la fe y hasta los púlpitos como herramientas para ganar legitimidad y votos. Convertir la fe en un instrumento de propaganda es no solo una falta de respeto, sino una blasfemia política. La religión no puede seguir siendo tratada como una estrategia electoral: la fe es sagrada, no una moneda de cambio”.

Hablar de fe siempre será un asunto delicado, sobre todo en un país donde más del 90 % de la población se identifica con una creencia religiosa, mayoritariamente cristiana. Sin embargo, esa misma sensibilidad exige una reflexión honesta y crítica frente al uso indebido que algunos líderes políticos, incluido el presidente de la República y varios partidos cristianos, hacen de la espiritualidad del pueblo colombiano para fines proselitistas.

No se trata de juzgar la fe personal de ningún funcionario, sino de cuestionar cómo se instrumentaliza lo sagrado en discursos, gestos simbólicos y alianzas políticas que poco tienen que ver con la genuina convicción religiosa. Usar la figura de Dios como herramienta de empatía emocional para ganar votos no solo es una falta de ética, sino una forma de manipulación espiritual que erosiona la confianza ciudadana y banaliza lo trascendente.

El presidente Gustavo Petro ha hecho afirmaciones contradictorias respecto a su fe. Ha manifestado haber recibido formación católica, pero también ha demostrado que en realidad está más cerca del ateísmo, donde su relación con la espiritualidad es más ideológica que devocional. En ocasiones ha dicho frases como: “Si Dios existe, y ojalá exista, eso no tiene perdón”. Este tipo de expresiones, lejos de inspirar una fe sincera, parecen diseñadas para satisfacer a diversos públicos sin comprometerse realmente con ninguno.

Más preocupante aún es la forma en que su figura ha sido revestida de símbolos religiosos en contextos políticos: desde el uso público de una cruz Tau durante una alocución presidencial y una supuesta cercanía con sectores evangélicos que no se ha traducido en acciones coherentes o respetuosas hacia sus principios. Incluso el nombramiento de un rabino como asesor de asuntos religiosos, respaldado por pastores evangélicos y no por la comunidad judía, ha generado más confusión que diálogo inter religioso.

Lo más reciente y controversial fue su intervención en la Cumbre Pro-Palestina, donde afirmó: “El pueblo elegido de Dios somos todos y no se mata entre sí”. Aunque la frase intenta apelar a la paz y la equidad, desvirtúa una creencia profundamente arraigada en el cristianismo y el judaísmo: que Israel es el pueblo escogido por Dios. Según Isaías 43:1, las Escrituras lo establecen de manera inequívoca:
"Ahora, así dice el Señor, el que te creó, Jacob, el que te formó, Israel: No temas, porque yo te he redimido; te he llamado por tu nombre; tú eres mío."

Desconocer esa verdad bíblica en un contexto internacional no solo es teológicamente impreciso, sino políticamente irresponsable. El Estado colombiano debe mantener una posición laica, pero no indiferente ni irrespetuosa con la espiritualidad de sus ciudadanos.

La preocupación, sin embargo, no recae únicamente en el Ejecutivo. Varios partidos cristianos, que deberían ser guardianes de los principios evangélicos, han convertido sus plataformas en maquinarias electorales revestidas de culto. Es cada vez más común ver candidatos orando públicamente, predicando en tarima y utilizando las iglesias como escenarios de campaña. La política ha entrado en los templos y, con ello, la manipulación ha sustituido a la verdad.

Jesucristo fue enfático al respecto. Cuando expulsó a los mercaderes del templo en Jerusalén, pronunció palabras que resuenan con fuerza en este contexto:
"Mi casa será llamada casa de oración, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones." — Mateo 21:13

No se puede usar la fe como plataforma para acceder al poder. No se puede condicionar el voto a una creencia ni convertir los púlpitos en urnas. Hacerlo no solo es éticamente reprobable, sino espiritualmente peligroso.

Esta práctica —cada vez más normalizada en el panorama político colombiano— debe ser denunciada con respeto, pero con firmeza. La libertad religiosa implica, también, proteger la fe del oportunismo político.

Y desde una visión bíblica, es importante reiterar que Israel sigue siendo el pueblo de Dios, tal como lo afirma la Escritura, y haciendo congresos Pro-Palestina va en contra de esta. Defender esta verdad no es una postura ideológica, sino un acto de coherencia con la fe que millones de colombianos profesan. La solidaridad con el pueblo judío, así como el respeto por todas las religiones, debe estar guiada por principios y no por intereses coyunturales.

Porque con Dios no se hace campaña. Con Dios no se juega. Y con la fe de los colombianos, mucho menos. Los partidos cristianos que han decidido convertir la Palabra en propaganda y las iglesias en comités políticos están traicionando el mensaje que dicen defender. Usar el nombre de Dios para conseguir votos es una forma de corrupción espiritual que degrada el evangelio, contamina la conciencia del creyente y confunde a quienes buscan guía verdadera. No todo lo que se dice en nombre de Dios viene de Él. Y ningún proyecto político, por más que se disfrace de oración, tiene la autoridad moral para suplantar al Reino de los Cielos. Jugar con la fe para conseguir poder es negar el mismo mensaje de Jesús. Es hora de que las iglesias vuelvan a ser casas de oración, no trampolines políticos.

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