En el Día de la Independencia: 100 monedas de oro no compran la dignidad de un pueblo
“En el Día de la Independencia, no puedo dejar de pensar en el Negro José y Pedro Pascasio. Dos niños que, con apenas una lanza y todo el valor que les cabía en el pecho, rechazaron 100 monedas de oro por no dejar escapar al general Barreiro. Eligieron la patria. Eligieron la dignidad. Esa historia me marcó para siempre, porque entendí que ser colombiano no era un título, era un compromiso.
Y me duele ver cómo ese orgullo se ha ido perdiendo. Me duele ver cómo la corrupción, la mentira y un gobierno sin rumbo han hecho que muchos ya no quieran esta tierra. ¿Cómo sentirnos representados por instituciones que traicionan al pueblo, por un presidente que avergüenza más de lo que inspira? Hoy muchos prefieren irse, renunciar a su nacionalidad, porque ser colombiano ya no significa lo mismo que para Pedro Pascasio.
Pero yo sí me quedo. Yo no vendo mi país por ninguna moneda. Porque mi orgullo no está en el poder, está en la historia, en la gente, y en esos héroes que nos enseñaron que Colombia vale más que el oro”.
Hoy escribimos en el blog porque, aunque parezca un día cualquiera, no lo es. Hoy es 20 de julio, Día de la Independencia. Una fecha que nos invita a detenernos, a mirar hacia atrás y recordar de dónde venimos. Un día en el que resuena en el alma el "Soy Colombiano" de Garzón y Collazos, evocando con fuerza lo hermoso de nuestra tierra y las razones por las que, durante generaciones, sentimos verdadero orgullo de haber nacido aquí.
Nuestros padres nos enseñaron el valor profundo de esa identidad. Lo hicieron a través de historias llenas de emoción, marcadas por el sacrificio, la esperanza y los recuerdos de una patria que, pese a sus heridas, seguía siendo motivo de amor.
Recuerdo que cuando comencé a conocer el mundo, mi padre —un boyacense de corazón firme— me dio una enseñanza que aún conservo: “Antes de salir al exterior, conoce tu país.” Y así lo hicimos. Recorriendo Colombia en carro, iniciamos el viaje por Boyacá: Villa de Leyva, el Pantano de Vargas… territorios de historia viva, tierra de luchas y libertad.
Pero, a diferencia de lo que muchos esperaban, mi padre no comenzó hablándome de Bolívar o de Santander. Me habló primero del Negro José y de Pedro Pascasio, dos niños humildes, invisibilizados por la historia oficial, que con valentía capturaron al general Barreiro, máximo comandante de las tropas españolas. Cuando les ofrecieron 100 monedas de oro por dejarlo escapar, se negaron. Lo amarraron y lo entregaron a Bolívar. Para ellos, la libertad y la patria no tenían precio.
Ese acto de dignidad y coraje debería inspirar a todos los colombianos, especialmente a nuestras nuevas generaciones, a quienes hoy legislan y, sí, también a quien ocupa la presidencia. Porque el liderazgo auténtico no se mide por el poder ni por los discursos; se demuestra en la capacidad de defender al país sin esperar nada a cambio.
Con el tiempo, recorrí casi toda Colombia, desde el Amazonas hasta San Andrés, y confirmé que lo mejor de esta tierra es su gente: trabajadora, resiliente, diversa. Una gente que hoy está siendo asesinada, desplazada y silenciada. Un pueblo al que las instituciones han dado la espalda, bajo un gobierno desconectado, un Ministerio de Defensa que parece mirar hacia otro lado, y un jefe de ministros más preocupado por pasaportes que por proteger vidas humanas.
Luego tuve la oportunidad de formarme en la Universidad del Rosario, pagando mi especialización con trabajo y esfuerzo. Allí conocí aún más de nuestra historia: Camilo Torres Tenorio, autor del Memorial de Agravios; Jorge Tadeo Lozano, protagonista del cabildo abierto del 20 de julio; y José Miguel Pey, primer presidente criollo tras la revuelta. Ellos también representan ese legado de lucha, dignidad y convicción que hoy pareciera haberse desvanecido.
Y entonces me hago una pregunta que no debería ser incómoda, pero lo es:
¿Cuántos colombianos hoy se sienten realmente orgullosos de haber nacido aquí?
El más reciente estudio de la Universidad de Vanderbilt - LAPOP señala que el 85% de los colombianos dice sentir orgullo o algo de orgullo por su país. Pero, ¿qué hay del 15% que no? ¿Qué hay de quienes han decidido irse y renunciar a su nacionalidad, no por comodidad, sino por desesperanza?
La respuesta parece estar en lo que vemos todos los días: corrupción estructural, escándalos sin consecuencias, una economía informal que asfixia, récords de producción de cocaína, instituciones debilitadas y un presidente que no inspira respeto ni confianza. Que con cada aparición pública genera más dudas, se aleja del decoro y expone al país al ridículo. Un líder que ha hecho que muchos no se sientan representados.
Y en medio de ese panorama, me surge otra inquietud aún más dolorosa:
¿Será por esto que muchos jóvenes ya no quieren tener hijos? ¿Que el futuro parece individualista, sin propósito colectivo ni sentido de pertenencia?
Es triste. Pero no todo está perdido.
En lo personal, sigo sintiéndome orgulloso de ser colombiano. Porque no me representa el poder ni el ruido, sino la historia. Me representa Pedro Pascasio. Me representa el Negro José. Me representan quienes no se vendieron, quienes actuaron con dignidad, quienes pusieron el bien del país por encima del beneficio personal. Porque ni el dinero ni el miedo pudieron con ellos. Porque la dignidad no tiene precio, y el amor por Colombia tampoco.
Por eso, hoy más que nunca, hago un llamado firme pero esperanzador: no nos dejemos corromper. No vendamos el país por ningún favor ni por ninguna promesa vacía. Y mucho menos en estas épocas preelectorales, donde todo se disfraza de “cambio” mientras por debajo se reparten las monedas.
El voto de cada colombiano vale mucho más que 100 monedas de oro. Vale nuestra historia, nuestro presente y nuestro futuro.
Que Dios bendiga a Colombia.