Laura, la niña que cayó con el proyecto que nunca defendieron: Silencio
“Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?”
— Mateo 7:16
“El proyecto “Con los niños no se metan” prometía defender a la infancia, pero terminó siendo otra consigna vacía archivada entre los discursos de campaña. Lo presentaron como bandera moral, pero nunca lo trabajaron con rigor legislativo ni con convicción política. Mientras en los pasillos se hablaba de valores y familia, en el Congreso se imponía la rutina del aplazamiento, del cálculo y de la omisión.”
Laura —la niña que hoy simboliza el abandono institucional— no fue víctima del azar, sino del silencio de quienes juraron protegerla. Cada vez que un proyecto se presenta solo para ganar aplausos y no para transformar realidades, se legisla la mentira. En nombre de Dios y de la niñez, se levantaron promesas que jamás llegaron a convertirse en leyes. Y así, entre comunicados y fotos de campaña, el poder demostró que su fe era marketing, no coherencia.
Porque cuando la política convierte la defensa de los niños en un eslogan, no solo se traiciona a la infancia: se prostituye la palabra “valores”.
El Principito volvió al Asteroide 57, ese donde los senadores hablan de valores, pero legislan el olvido. Lo recibió la Senadora del Silencio, la misma que prometió defender la vida, a los niños y a la familia desde su curul. Pero su escritorio estaba lleno de comunicados, fotos de campañas y papeles que alguna vez fueron promesas.
—¿Dónde están tus principios? —preguntó el Principito.
Ella sonrió con cansancio.
—En los homenajes, en los trinos, en los discursos que se dan cuando ya es tarde.
El Principito recorrió el asteroide. Vio los proyectos archivados, las causas que se diluyeron entre estrategias y aplazamientos. Recordó cuando los jóvenes, llenos de fe, luchaban con esperanza junto al exrepresentante Carlos Acosta. Ellos advirtieron lo que venía, lo que hoy duele: que el poder, cuando se vuelve meta, apaga la convicción.
—¿Por qué dejaste pasar lo que juraste defender? —preguntó el Principito.
—Porque el poder ensordece —susurró ella—. Y legislar con coherencia cuesta más que legislar con conveniencia.
El Principito bajó la mirada.
—Entonces no fue el enemigo el que venció —dijo—, fueron los tuyos los que se rindieron primero.
Y mientras hablaban, Laura lloraba en otro planeta. Su dolor no era ideológico, era humano. Era la prueba viva de que cuando se abandona una causa justa, los discursos se convierten en lamento.
El Principito comprendió entonces que en Colombia el problema no es la izquierda ni la derecha, sino la hipocresía. Que los que dicen representar a Dios muchas veces olvidan su palabra en el carnet, en la curul o en los pasillos del poder.
—El país les quedó grande —murmuró el Principito—. No hay interés nacional cuando la infancia se regula en vez de protegerse, cuando la fe se vuelve marca y la justicia trámite.
Y antes de marcharse, escribió en el suelo del asteroide:
“No es mirar la viga en el ojo ajeno,
sino la ineficiencia estratégica de quienes prometen defender la vida y terminan archivando la verdad.
Cuando era joven, peleaba con esperanza.
Ahora, como padre, me duele ver cómo el poder volvió ciegos a los que decían ver.”
Nota de cierre:
Laura, que Dios te bendiga. Este no es un ataque, es un llamado. A recordar que la fe sin coherencia es discurso, que los principios no se archivan y que los jóvenes aún esperan líderes que legislen con alma, no con cálculo. Porque los valores no se predican, se practican —y cuando se olvidan, todo un país paga las consecuencias.