La Convención y el Farolero
“En la convención, donde antes habitaba la penumbra, encendieron una lámpara.No era una luz cualquiera: era la luz de Dios, reflejada en los rostros de quienes aún creen en la esperanza.”
Gracias a las organizadoras, Colombia encontró un respiro de alegría en medio de la tristeza.
Como el farolero del cuento, nos recordaron que la reconciliación comienza con un gesto sencillo: mantener encendida la llama que ilumina los corazones.
—Yo pensé que la convención sería un lugar de sombras,dijo el principito, mirando a su alrededor con cierta desconfianza.
—Y lo era —respondió el farolero, mientras encendía su lámpara con un gesto suave—. Pero hoy alguien encendió la primera luz.
El principito abrió los ojos sorprendido. La sala, antes opaca y silenciosa, comenzó a brillar como si miles de luciérnagas hubieran despertado de golpe.
No era cualquier claridad: era la luz de Dios, que atravesaba las palabras, iluminaba los gestos y acariciaba los corazones cansados.
—¿Quién hizo que todo cambiara? —preguntó el principito con voz de niño curioso.
—Fueron ellas —dijo el farolero con una sonrisa tranquila—. Las organizadoras. Con sus manos encendieron una chispa, y con su alegría regalaron a este país un poco de esperanza en medio de tanta tristeza.
El principito guardó silencio. Pensó en lo frágil que es la alegría, como una flor pequeña que necesita cuidados. Y comprendió que esas mujeres, con valentía, habían sembrado en la convención un jardín secreto de reconciliación.
—Entonces, la convención ya no es oscuridad… —susurró después de un rato.
—No —respondió el farolero, inclinándose hacia su lámpara—. Ahora es un faro que guía. Pero no basta con encenderlo una vez. Habrá que cuidarlo todos los días, como se cuida a una rosa o como se protege a un amigo.
El principito asintió, comprendiendo la lección.
En su pequeño mundo había aprendido que lo esencial es invisible a los ojos. Ahora entendía que, en un país entero, lo esencial era esa luz: la verdad, la justicia y la reconciliación que solo brillan cuando los hombres y mujeres deciden abrir el corazón.
El farolero levantó la lámpara y dejó que su resplandor llenara el salón.
—Que esta luz de Dios nunca se apague —dijo—. Porque cuando la convención brilla, también Colombia aprende a sonreír de nuevo.
Y el principito, con la inocencia que todo lo entiende, respondió:
—Quizás la verdadera tarea de todos nosotros sea la misma que la tuya, farolero: mantener la llama encendida.