Entre la Niebla y la Aurora: Crónica de un Propósito Inquebrantable

“Dios, Faro eterno de mi jornada, mi esposa y mi hija, joyas que sostienen mi aliento; mi familia, abrigo en la noche más fría. La madrina de mi hija, voz que me recuerda ser hombre de fe. Y también, los que con mano cubierta de terciopelo escondieron espinas: ellos, sin querer, avivaron la llama que pretendían apagar. Pues en este teatro de luces y sombras, he sostenido la lámpara cuando todos creían verla muerta”.

En este día de independencia, cuando el pueblo marcha por libertad, justicia y paz, el Presidente de Colombia, lejos de unirnos, viaja al Amazonas a encender la chispa de un conflicto con nación vecina. Mas, en medio de este rumor de plazas y proclamas, un destello súbito,como un relámpago que parte la noche,me devolvió a las memorias de mi propia vida, de mis propósitos y de la senda recorrida. Entonces resonó en mí un verso que, como joya antigua, ha sabido resistir el paso de los años:

“La vida no es más que un collar de días,
perlas de tiempo, frágiles y escasas;
cada amanecer, un hilo que se anuda,
cada ocaso, un nudo que se cierra.”

Y me pregunté, con sincera inquietud:
¿qué he hecho de mi existencia,
a la luz de los propósitos que el Altísimo depositó en mi corazón?

Uno, inmutable, ha sido amar a Dios con la constancia del que sabe que todo lo demás se marchita, y procurar un corazón conforme a Su voluntad y sabiduría. El otro, más arduo, ha sido traer el Reino de Dios a esta tierra; proposito que ha significado lucha constante con mi familia, mis mentores, mis amigos, mis conocidos… y aun con desconocidos.

El Maestro dijo: “Nadie es profeta en su tierra”. Y así lo he comprobado, pues a veces el enemigo se esconde en el rostro de aquellos a quienes más amas; arrebata lo que necesitas, aparta los brazos que deberían sostenerte, y cubre tu camino con espinas para impedir que llegues a la meta.

“Los problemas llegan como mares en furia,
olas que besan la costa con dientes de espuma;
y el alma, frágil nave, se mece temblando,
sin saber si el alba traerá calma o ruina.”

En días así, cuando el peso parece insoportable, una voz regresa a mí con ternura y firmeza: la voz de la madrina de mi hija, que siempre me dice:
“No te rindas; recuerda que eres un hombre de fe.”

“La vida es un cristal al alba,
brilla al sol y tiembla en el viento;
un soplo basta para quebrarla,
un instante basta para perder su aliento.”

Y así, mi aliento no proviene de las certezas de este mundo, sino de Dios, de mi esposa, de mi hija y de mi familia.
En esta nación donde cada jornada trae su dosis de incertidumbre, defender lo que considero sagrado me ha conducido más de una vez al límite. Porque cuando se busca lo mejor para cumplir un propósito, se afronta la tentación de callar, de detenerse… o de seguir luchando aun cuando la sombra de la duda se cierna sobre el alma.

“El día promete, mas nunca asegura,
el viento susurra y pronto calla;
en la palma del tiempo, frágil criatura,
somos hoja que el azar desgaja.”

Y, sin embargo, lo que me sostiene es el amor a Dios, a mi esposa y a los míos, más fuerte que cualquier adversidad.

“Media luz, media sombra,
fue su reino incierto, sin aurora plena;
jamás supo amar
al que no supo sufrir la pena.”

Al final, solo queda la esperanza, esa llama que sobrevive a todas las tormentas y que aguarda paciente a que pase la noche más larga. Porque el amor, la alegría y la fe son las únicas riquezas que esta vida, frágil como cristal,no puede arrebatarme.

“Cuando la noche extiende su manto helado
y el viento apaga las voces del día,
queda encendida, en rincón velado,
la lámpara suave de la esperanza fría.”

Seguiré, pues, mi marcha: esperando lo que deba esperar, cambiando lo que deba cambiar y luchando por lo que deba defender.
Así como el primer día en que inicié mi propósito, así ahora:
aunque muchos ya no estén a mi lado, permanecen indelebles en mi corazón,
como joyas en ese collar de días que un día habré de presentar ante mi Señor.

Y cuando al fin se disipe la bruma, y el sol de un nuevo amanecer bese los muros de mi morada, no contaré mis batallas por el número de victorias, sino por las veces que el amor me impidió rendirme. Porque un propósito no es una meta distante, sino un faro que arde incluso en las noches sin estrellas. Y si mis pasos han de perderse en el polvo de los caminos, que sea con la certeza de haber caminado con fe, amado sin medida y defendido, hasta el último aliento, aquello que el Altísimo puso en mis manos. Pues en el gran libro del tiempo, no se recordará al que tuvo todo fácil, sino al que sostuvo la lámpara de la esperanza cuando todos los demás la creían extinguida.

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