“El Rey del Pueblo ahora quiere abrazar las instituciones que juró destruir”

“En su cuento de poder, el Rey se creyó eterno. Gobernó con decretos, despreció las leyes, insultó a jueces, apartó ministros y se burló del Congreso. Hoy, temeroso de lo que se le viene encima, extiende la mano a las mismas instituciones que quiso desmontar. Ya no ruge como monarca absoluto, ahora suplica como un hombre solo. El bloque de constitucionalidad, la presión internacional y el eco de la democracia que no pudo silenciar, lo obligan a recordar que no es dueño del planeta. Ni del país.”

Hoy quiero escribir inspirado en mi cuento favorito, El Principito. Esta vez, uno de sus personajes ha aterrizado en Colombia con la obsesión de perpetuarse como “El Rey”. Un Rey autoritario, que da órdenes como verdades absolutas, pasando por encima de las otras ramas del poder público. Un Rey que se autodenomina el pueblo, que no escucha a nadie y destituye a quien lo contradice: más de 45 ministros y 1150 altos funcionarios han sido despedidos en su búsqueda de obediencia ciega.

Su egocentrismo racionalizado le hace justificar todo con una lógica personal, tan arbitraria como sus decretos. Usa sus “poderes intergalácticos” para combatir su propia insignificancia, disfrazando su profunda soledad con discursos grandilocuentes. Su familia lo ha dejado atrás; hoy se aferra a sus títeres leales, buscando el reconocimiento que ya nadie sincero le ofrece.

Y, sin embargo, lo más notorio es su desconexión con la realidad. Entre café o whisky, se refugia en un mundo paralelo que ahora quiere imponerle a toda Colombia. Pero algo ha cambiado…

Desde ayer, algún cambio se le siente, el miedo. En sus comunicados y discursos se notan fisuras. ¿Será que el Rey por fin notó que hay planetas más grandes, con democracias verdaderas, donde la ley no se firma por decreto si no se debate en el congreso?

Ahora pide ayuda a quienes antes llamó enemigos: al Congreso, a los jueces, a las Fuerzas Armadas. Pide que lo escuchen, lo acompañen, lo obedezcan. ¿Por qué, si hasta hace poco despreció sus funciones?

¿Por qué ahora le escribe al presidente del Congreso, Lidio García, después de haberlos ignorado políticamente? ¿Por qué pide respaldo militar, cuando planea zonas binacionales con gobiernos que protegen a los jefes de las FARC?

Y quizás la pregunta más reveladora: ¿por qué ahora quiere que las altas  Cortes actúen bajo la ley colombiana, cuando él mismo ha insultado y deslegitimado al poder judicial en cadena nacional?

La respuesta es sencilla y profunda: el miedo lo alcanzó.

El Rey acaba de recordar que existe algo llamado bloque de constitucionalidad, que no se decreta ni se esquiva. Que los tratados internacionales firmados por Colombia forman parte de la norma suprema, y que violar garantías procesales, politizar la justicia o perseguir a un ciudadano por razones ideológicas no son solo errores políticos… son violaciones de derechos humanos.

El caso del expresidente Uribe ha levantado alertas en el mundo. En su soledad, el Rey y sus títeres tiemblan porque saben que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Corte IDH tienen competencia para intervenir cuando un proceso está viciado de:

  • Persecución judicial por motivaciones políticas

  • Falta de independencia judicial

  • Violación al debido proceso y presunción de inocencia

  • Ausencia de garantías judiciales

  • Falta de imparcialidad en los jueces

  • Obstaculización a la defensa técnica y efectiva

Y por eso, el Rey ahora pide ayuda. Porque sabe que en su asteroide todo parecía bajo control, pero afuera, en la realidad del Derecho Internacional, las cosas no se acomodan a su voluntad.

Y así, como en el cuento, el Rey que todo lo sabía no entendió lo esencial: que el poder sin límites no domestica ni siquiera a un zorro, y que ningún decreto basta para esconder la verdad.
Ahora, desde su asteroide llamado Nariño, mira al cielo buscando amigos que ya no están. Porque en el fondo, el Rey que se creía el pueblo, hoy se enfrenta a su peor enemigo: la realidad.

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