"Eduardo Rodríguez debe responder ante la Fiscalía: no se puede tapar la violación de Brisa"

“Me formé en el Lugar de Su Presencia, encontré allí mis propósitos de vida y crecí espiritualmente rodeado de líderes que hoy son pastores. Por eso duele más. No se trata de atacar una iglesia, sino de exigir justicia por la violación de una menor. Eduardo Rodríguez, esposo de una de las pastoras principales, debe responder ante la Fiscalía. Encubrir este delito no solo es ilegal, es inmoral y contrario a todo principio cristiano. La verdad no se negocia. Jehová Emeth —Dios de Verdad— no respalda al encubridor, sino al que confiesa, repara y actúa con justicia."

Son las 4:15 a.m., y antes de escribir estas líneas, siento la necesidad de comenzar con un versículo que, en algún momento, un pastor utilizó para confrontarme cuando simplemente quise hacer una corrección fraterna. Lo cito no con resentimiento, sino como punto de partida para una verdad más profunda:

“¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga que está en el tuyo?
¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ‘Déjame sacarte la astilla del ojo’, cuando ahí tienes una viga en el tuyo?
¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano.”
— Mateo 7:3-5

Lo cito porque esto no es una simple astilla. Es una viga. O más aún: es un crimen.

Escribo desde un lugar de profundo dolor. Me formé espiritualmente en El Lugar de Su Presencia. Regresé a Colombia sin rumbo, y esa iglesia fue mi casa, mi refugio. Allí encontré mis dos grandes propósitos: servir al Reino con excelencia y formar una familia bajo el temor de Dios. Tuve pastores, mentores y líderes que marcaron mi vida. Muchos hoy dirigen ministerios o lideran la alabanza. Por eso me duele. No por una traición personal, sino por la traición al Evangelio que me enseñaron.

El caso de Brisa, una menor de edad víctima de abuso sexual, sacudió los cimientos de quienes creemos en la justicia y en Dios. Lo que muchos no se atreven a decir es que el presunto abusador, Eduardo Rodríguez, no es un desconocido ni un laico más. Es esposo de Natalia Nieto, una de las pastoras principales de jóvenes del Lugar de Su Presencia. Un hombre con acceso al liderazgo, con cercanía directa a las víctimas, y con respaldo institucional que hoy guarda silencio.

Ese silencio no es prudencia, es encubrimiento. No es protección, es participación.

Lo más grave no es solo el hecho atroz del abuso, sino la cadena de omisiones que lo rodean. Que un caso de esta magnitud pueda llegar a archivo en la Fiscalía, sin el testimonio voluntario y valiente de los implicados, es una burla a la justicia. Pero también es una burla al Evangelio.

“El que encubre su pecado no prosperará; más el que lo confiesa y se aparta alcanzará misericordia.” — Proverbios 28:13

Eduardo Rodríguez debe presentarse ante la Fiscalía. Natalia Nieto debe dar la cara y rendir cuentas ante las autoridades. Callar, esconder o desviar es negar su condición de ciudadanos del cielo, como tanto predican. Un verdadero hijo de Dios no le huye a la verdad, la enfrenta. Un líder no se ampara en la estructura, se somete a la justicia.

“Les aseguro que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo.” — Mateo 18:18

Quiero ser claro: no es la iglesia lo importante aquí, son los hechos. No es la reputación lo que está en juego, es el testimonio. Jehová Emeth, el Dios de la Verdad, no puede ser invocado en un altar construido sobre encubrimientos. Si la iglesia no colabora, no denuncia, no disciplina, no actúa, entonces está tomando parte con las tinieblas.

“No hay nada encubierto que no haya de ser manifestado, ni oculto que no haya de saberse.” — Lucas 12:2

La verdad no es negociable. La justicia no es opcional. La integridad no es solo para el púlpito, es para la vida real. Lo que pasó con Brisa no puede ser reducido a un escándalo aislado. Es una herida viva en el cuerpo de Cristo. Y si la iglesia no actúa, no hay diferencia entre ella y el mundo que dice combatir.

Por último,hago un llamado urgente y respetuoso a la concejal María Clara Name, quien ha sido una voz firme contra la violencia sexual y hoy representa a miles de mujeres en Bogotá. Este caso no puede quedar en las tinieblas, ni ser una estadística más, porque se trata de una menor que fue violentada hace 22 años y perdió sus aspiraciones de vida en un contexto de autoridad espiritual. También pido la atención inmediata de la Comisión Legal para la Equidad de la Mujer del Congreso, y de la Fiscalía General de la Nación, para que esta denuncia no se diluya en la impunidad. Según la caracterización oficial de la Alcaldía de Bogotá, el 80% de las mujeres está en riesgo de sufrir algún tipo de violencia sexual. ¿Cómo podemos permitir que desde un púlpito se genere aún más vulnerabilidad? Actuar con diligencia no es solo un deber legal, es una deuda moral y espiritual.

A mis amigos, familiares y líderes espirituales: si estas palabras les causan dolor, confusión o indignación, les pido perdón. No escribo desde la rabia ni desde el rencor, sino desde la obediencia a un llamado más alto: el de la verdad, la justicia y la protección de los más vulnerables. Sé que esto puede romper vínculos y levantar muros, pero también puede despertar conciencias. Prefiero cargar con la incomodidad de haber hablado, que con la culpa de haber callado. Que Dios, que todo lo ve, examine nuestros corazones. Y si he errado en la forma, que me corrija. Pero si lo dicho es justo, que obre en consecuencia.

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