El Rey del Asteroide contra la Voz del Pueblo: Silenciar a Colombia

“El rey del asteroide, en su trono de soberbia, ya no se conforma con atacar a congresistas ni a la oposición; ahora apunta contra el pueblo mismo, el constituyente primario. Con amenazas de demandas busca apagar la voz de cada colombiano, como si la libre expresión fuera un crimen. Pero la memoria de Miguel Uribe, rosa de la democracia, se alza como estandarte frente al miedo. Porque un pueblo amedrentado no es libre, y un rey que silencia a su gente no gobierna: tiraniza”.

En el universo de las democracias, Colombia era un jardín donde florecía una rosa especial. Esa rosa fue Miguel Uribe, que con su voz clara y sus banderas ondeando al viento, se convirtió en el emblema de quienes soñaban con libertad y justicia. Pero la rosa ya no está: fue arrancada de la vida, y solo quedan sus banderas, flotando como memoria y como grito.

El pueblo, convertido en Principito, llora la pérdida de esa rosa, porque sabe que con su muerte no solo se apagó una voz, sino que se quiso marchitar la esperanza de todo un país. Y en ese dolor, muchos colombianos, con la verdad grabada en sus corazones, repiten una certeza que no se puede arrancar: que el rey del asteroide —ese que prometió vida y terminó sembrando sombras— es responsable, que sus palabras y sus actos lo hacen cómplice de la tragedia.

Pero el rey, aislado en su pequeño planeta, no responde con humildad ni con consuelo. Responde con amenazas. Ya no solo se lanza contra los congresistas ni contra la oposición: ahora apunta su dedo contra el constituyente primario, contra el pueblo mismo, advirtiendo que demandará a cada colombiano que lo señale. ¿Qué más dictatorial que un gobernante que busca amordazar a quienes lloran? ¿Dónde queda el derecho sagrado de la libre expresión, la opinión y la prensa?

Los días pasan y cada discurso suyo se convierte en un golpe contra la voz ciudadana. Colombia entera ve cómo la libertad que prometió se transforma en cadenas, cómo la vida que proclamaba se convierte en muerte.

Y entonces, el Principito —el pueblo— comprende que aunque la rosa ya no esté, sus banderas siguen vivas. Que esas banderas no se apagan, porque están sembradas en el corazón de cada colombiano que aún recuerda los ideales, los hechos y las palabras. Y si el rey insiste en silenciar a todos, será ese mismo pueblo quien, como en tiempos de los rosaristas, se levante para defender lo que nadie puede arrebatar: la dignidad de una nación que no quiere ser esclava.

La rosa murió, pero sus banderas ondean todavía.
Y aunque el rey del asteroide intente cubrirlas con su sombra, la memoria del pueblo será más fuerte que su silencio.

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