El Principito y los Niños de Colombia
“El Principito miró la Tierra y se asombró: los hombres celebraban el Día del Niño el 31 de octubre, el mismo día en que veneran la oscuridad.
—¿Cómo pueden celebrar la luz en medio de las sombras? —se preguntó.
Vio niños disfrazados pidiendo dulces, mientras otros sufrían hambre, abandono y enfermedad. Y entendió que muchos padres regalan caramelos un día… pero olvidan el amor los otros 364.
“No disfracen la inocencia —dijo el Principito—, protéjanla.
Porque cuando un niño sufre, no solo se apaga una estrella… se apaga el corazón de una nación.”
Aquel día, el Principito despertó en su pequeño planeta. Regó a su rosa con ternura, limpió los volcanes y miró hacia las estrellas. Pero algo lo inquietaba: escuchó que, en la Tierra, los hombres celebraban el Día del Niño el 31 de octubre.
Qué extraño ,pensó, esa es la fecha en que los hombres conmemoran la brujería y la oscuridad… ¿Cómo pueden celebrar la inocencia y la luz en el mismo día en que veneran la sombra?
Entonces, decidió viajar una vez más.
Cuando llegó a Colombia, vio luces, disfraces y dulces. Escuchó risas, pero también un silencio profundo: el de los niños que no pueden jugar porque trabajan, los que viven en las calles, los que son víctimas de la violencia, los que están enfermos y no reciben atención porque la salud cuesta más que el amor.
Y el Principito sintió tristeza.
—¿Qué celebran los hombres este día? —preguntó—. ¿Darles dulces un solo día mientras los otros 364 les quitan la alegría, la paz y los derechos?
En su recorrido, se encontró con el Rey, que se creía dueño del mundo.
—Majestad, ¿por qué los adultos gobiernan y olvidan a los niños? —preguntó.
El Rey respondió:
—Porque confunden autoridad con ternura y poder con cuidado.
Luego halló al Vanidoso, que se aplaudía entre luces y máscaras.
—Mírame, pequeño —dijo—, todos me admiran hoy.
El Principito lo miró con compasión:
—De nada sirve que te aplaudan si no sabes mirar el llanto de un niño detrás del disfraz.
Siguió su camino y vio al Bebedor, que bebía para olvidar.
—¿Qué olvidas? —preguntó el Principito.
—Olvido que los adultos ya no juegan —respondió—, que los niños lloran y nadie los escucha.
Más adelante, el Hombre de Negocios contaba estrellas sin parar.
—Las cuento para poseerlas —dijo orgulloso.
—Y los niños —respondió el Principito— las miran para soñar. Tú las aprisionas, ellos las liberan.
El Farolero, cansado pero fiel, encendía su lámpara sin descanso.
—Eres el único —le dijo el Principito— que no ha olvidado la luz. Si los hombres cuidaran así la llama de los niños, el mundo no estaría tan oscuro.
Luego habló con el Geógrafo, que dibujaba montañas y ríos.
—¿Y los niños? —preguntó el Principito.
El Geógrafo bajó la cabeza:
—Nadie me ha pedido que los dibuje.
El Principito recordó entonces a su rosa. Comprendió que los niños son como las flores: frágiles, únicos, llenos de vida. Pero si se les olvida, se marchitan.
Antes de volver a su estrella, se encontró con el Zorro, que lo esperaba bajo el trigo dorado.
—¿Qué aprendiste esta vez, pequeño? —preguntó el Zorro.
El Principito suspiró:
—Que los hombres celebran a los niños el mismo día que celebran la oscuridad. Que les dan dulces, pero les quitan sueños. Que llaman “fiesta” a lo que debería ser un compromiso de amor.
El Zorro sonrió con tristeza:
—Solo se ve bien con el corazón, y parece que muchos lo han cerrado.
El Principito levantó la vista y dijo:
—No quiero celebrar un solo día. Quiero festejar 364 “no cumpleaños” y un solo “Día del Niño”, donde la luz derrote a la sombra, donde cada niño sea cuidado, escuchado y amado.
Porque cuando un niño sufre, una estrella se apaga.
Y cuando un niño ríe, el universo entero vuelve a brillar.
Dios bendiga a los niños de Colombia, la verdadera luz en medio de tanta oscuridad. 🌟