El Principito y la apología de la verdad

“En el reino de las dos caras, callar es premio y decir la verdad es delito. La Reina no perdió su corona: cambió el oro por valor. Porque en un país donde todos gritan “libertad”, pocos se atreven a ejercerla.“

El Principito llegó una noche al planeta de los ciudadanos dobles.

Era un lugar extraño: todos hablaban de verdad, pero pocos decían lo que sentían.

Algunos tenían dos rostros: uno para aplaudir y otro para señalar.

—¿Por qué tienen dos caras? —preguntó el Principito.

—Porque en este reino —respondió el viento— la sinceridad cuesta más que el silencio.

Los habitantes murmuraban sin descanso sobre una reina que se había atrevido a decir lo que pensaba.

Unos la acusaban, otros la defendían.

—Dicen que hizo apología —le explicó una mujer con miedo en los ojos.

—¿Apología? —repitió el Principito.

—Sí. Pero ni siquiera saben qué significa. La RAE dice que apología es “un discurso, de palabra o por escrito, en defensa o alabanza de alguien o algo.”

El Principito pensó un momento y contestó:

—Entonces no hizo apología… solo habló desde el corazón. Porque defender la verdad no es alabar a nadie, es recordar lo que se ha perdido.

Más adelante, el Principito encontró a un hombre que gritaba “libertad o muerte” mientras agitaba una bandera.

—Dice que lucha por la libertad —susurró el zorro—, pero su libertad huele a imposición.

—¿Y por qué lo siguen? —preguntó el Principito.

—Porque aquí confunden la furia con la fuerza y el ruido con la razón.

El Principito caminó un poco más y halló a otro hombre, de traje brillante y sonrisa entrenada.

—Dicen que fue alcalde —le contó un niño—, pero dejó a su ciudad endeudada y sin rumbo.

El viento le susurró los rumores que flotaban en el aire: corrupción, contratación irregular, manipulación política en Empresas Públicas, participación indebida en política y uso de las instituciones del Estado para su beneficio.

El Principito frunció el ceño:

—Entonces este reino está al revés… aquí los culpables se disfrazan de inocentes, y los que dicen la verdad son los que terminan juzgados.

Escribió en su cuaderno:

En los reinos confundidos, los victimarios lloran como víctimas, y los valientes son tratados como culpables.

Al pasar por las plazas, vio jóvenes que repetían discursos ajenos con la fuerza de quien cree pensar.

—Ellos creen que opinan —dijo el zorro—, pero solo recitan lo que escuchan.

—¿Y qué pasa con los jóvenes que sí piensan? —preguntó el Principito.

—A esos los ignoran —respondió el zorro—, porque en este reino se premia al ruido y se castiga al talento.

Antes de partir, el Principito encontró a la reina. Llevaba una corona en las manos, pero no en la cabeza.

—¿Eres la reina de la que todos hablan? —preguntó.

—Lo fui por un instante —dijo ella—, hasta que hablé con el alma. Algunos dijeron que fue ironía, otros que fue pecado. Pero yo solo dije lo que muchos sienten y callan.

El Principito sonrió.

—Entonces no perdiste tu corona —le dijo—, solo cambiaste el oro por valor.

Y escribió en su cuaderno:

En algunos reinos, la doble cara brilla más que la verdad. Pero siempre habrá alguien que, con una sola voz, recuerde que el coraje de decir lo que se siente no es apología, sino el último acto de libertad que le queda a un pueblo.

Y así, el Principito siguió su camino, dejando atrás un país líquido, lleno de discursos vacíos, donde todos hablan de patria, pero pocos la construyen.

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