“¿De qué sirve llamarse bancada provida si se deja morir a los que ya viven?”

“ El Principito llegó al Congreso y encontró a la Bancada Provida del Senado reunida, hablando con solemnidad sobre la defensa de la vida. Pero en sus pasillos no había niños, ni escuelas, ni sueños… solo comunicados, cámaras y discursos.

—¿Y esto es defender la vida? —preguntó el Principito con su voz suave.
Los senadores lo miraron sin responder. Porque su vida cabía en una frase, pero no en una acción.

Entonces el Principito escribió en la pared:
“Defender la vida no es decirlo, es hacerlo. La vida no se salva en comunicados, sino en los lugares donde duele: en la calle, en la escuela y en la familia.”

El Principito llegó una mañana al Asteroide 57, un lugar repleto de pasillos, escritorios y voces que decían con solemnidad: “Defendemos la vida”. Allí habitaban los senadores de la bancada provida del Congreso, un grupo que se reunía para hablar de la defensa de la existencia humana, del valor del nacimiento, de la familia y de la moral. Esa semana estaban particularmente orgullosos: habían publicado un comunicado condenando la coca y la cocaína.

El Principito, curioso como siempre, tomó el documento que brillaba en letras doradas y preguntó con inocencia:

—¿Y esto para qué sirve?

Uno de los senadores, con tono seguro, respondió:

—Sirve para dejar clara nuestra posición.

El Principito lo miró con tristeza.

—Pero mientras ustedes dejan clara su posición, la cocaína deja más de trescientas mil muertes al año en el mundo con voz suave pero firme. Y aquí, en su asteroide, los niños siguen cayendo en el consumo, en la violencia, en el olvido.

Los senadores se miraron entre sí, incómodos. En ese silencio se escuchaba más verdad que en todos los comunicados. El Principito recorrió los pasillos del asteroide: había carteles, banderas, discursos, cámaras y ruedas de prensa… pero no había niños. Ninguna propuesta real. Ningún proyecto que hablara de oportunidades, de escuelas, de prevención.

—¿Esto es defender la vida? —preguntó otra vez.

—Nosotros promovemos leyes —respondió otro senador con cierta solemnidad—.

Y le mostró una lista cuidadosamente escrita:

“Defender la vida desde la concepción. Promover valores familiares. Vigilar políticas sobre niñez y juventud. Pronunciarnos ante cualquier amenaza contra la vida.”

El Principito leyó despacio.

—¿Y cuántas veces se han pronunciado cuando un niño ha muerto por la droga? —preguntó.

Nadie respondió.

Porque el problema no era la falta de palabras, sino el exceso de comunicados y la ausencia de acción. En el fondo del asteroide, el Principito encontró una puerta cerrada. En ella, un letrero decía: “Comisión de Niñez”. Golpeó, pero nadie abrió. Entonces, con su pequeña mano, escribió en la pared: “Defender la vida no es decirlo, es hacerlo. La vida no se salva en un comunicado, se salva en la calle, en la escuela y en la familia.”

El Principito recordó lo que había visto en otros asteroides. En Portugal, los gobernantes comprendieron que el consumidor no es un enemigo sino una persona, y al tratarlo con salud, educación y acompañamiento, lograron reducir las muertes y las adicciones. En España, la política antidrogas se apoya en escuelas y familias, no solo en sanciones. En Chile, las comunidades participan directamente en las estrategias de prevención. En cambio, en el Asteroide 57, los senadores de la bancada provida preferían publicar comunicados mientras el gobierno hablaba de nacionalizar lo que destruye vidas.

Y el Principito se dio cuenta de algo: en ese asteroide, la palabra “vida” se había vuelto un lema, no una acción. Allí la defendían con discursos, pero la olvidaban en la práctica. Porque la vida no se defiende solo antes de nacer; se defiende todos los días después, cuando el niño necesita oportunidades, cuando el joven lucha por no caer en la droga, cuando la familia clama por ayuda.

Si el Congreso quisiera realmente ser provida, pensó el Principito, haría cumplir la Ley 1098 del 2006, el Código de Infancia y Adolescencia, con presupuesto real y control político serio. Reformaría la Ley 30 de 1986 para que la lucha contra las drogas priorizara la educación y la prevención, no solo la represión. Realizaría una permanente vigilancia de las políticas juveniles a proyectos sociales de sustitución y atención comunitaria. Pero sobre todo, dejaría de usar el término “vida” como bandera política y lo convertiría en compromiso nacional.

Antes de partir, el Principito miró una vez más el asteroide 57, con sus pasillos llenos de discursos y promesas. Sacó su cuaderno y escribió: “Los senadores de la bancada provida dicen defender la vida, pero olvidan que la vida no se defiende solo antes de nacer, sino todos los días después. Los comunicados se los lleva el viento, pero las omisiones se quedan en la tierra.”

Y mientras el asteroide se hacía pequeño en el horizonte, el Principito dejó flotando una pregunta que los senadores aún no se han atrevido a responder:

¿De qué sirve llamarse provida si se deja morir a los que ya viven?

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El Principito y los Niños de Colombia