El Principito y la voz que quisieron callar (desde el planeta Colombia)

“En su viaje por el universo, el Principito llegó a un planeta azul llamado Colombia. Allí descubrió que sus habitantes, aunque compartían el mismo cielo, se habían olvidado de escucharse. Las palabras se habían vuelto piedras, y el silencio, una forma de miedo. “¿Por qué se insultan si viven bajo el mismo sol?”, preguntó con inocencia.

Un anciano le respondió con tristeza: “Porque la polarización los cegó. Ya no dialogan, solo gritan”.

Entonces el Principito comprendió que cuando una palabra se castiga, el diálogo muere, y con él, la esperanza. Recordó que su rosa, aun con su orgullo, le había enseñado a no temer la verdad. Así entendió que la democracia también es un jardín: solo florece cuando cada voz puede hablar sin miedo a ser pisada.

Antes de partir, dejó grabado un mensaje sobre una piedra andina:
“Colombia no debe dormirse. Debe despertar con respeto, votar con conciencia y no dejarse dividir por el odio. No somos enemigos, somos un mismo cielo con distintas estrellas.”

Y mirando el amanecer entre las montañas, el Principito susurró:
“Dios bendiga a Colombia. Porque aún puede sanar, si aprende otra vez a escucharse.”

Un día, el Principito volvió a mirar su pequeño asteroide y notó que algo había cambiado:

las flores ya no discutían con respeto,

los volcanes rugían sin razón

y las estrellas parecían más tristes.

Entonces preguntó:

—¿Por qué ya nadie habla sin miedo?

Un sabio que viajaba entre planetas le respondió:

—Porque algunos confundieron la libertad con el permiso,

y el silencio con la paz.

El Principito, curioso como siempre, decidió visitar un planeta azul llamado Colombia.

Allí descubrió que sus habitantes hablaban con rabia,

que unos llamaban a otros “fascistas”, “retrógrados”, “ignorantes”, “enemigos del pueblo”,

y que muchos, cansados de ser señalados, preferían callar.

—¿Por qué se insultan si viven bajo el mismo sol? —preguntó el Principito.

Un anciano le respondió con tristeza:

—Porque la polarización los cegó.

Ya no se escuchan, solo se gritan.

Han olvidado que la democracia no se impone, se cuida.

El Principito miró el cielo colombiano, lleno de estrellas,

y pensó que era demasiado hermoso para perderlo en el ruido.

Entendió que cuando una palabra se castiga,

el diálogo muere,

y con él, la esperanza de un país que aún puede sanar.

—No quiero que Colombia sea un planeta donde solo una voz grite y las demás callen —dijo—.

Quiero que todas las voces brillen, incluso las que duelen,

porque solo así el amor por la verdad podrá florecer.

El sabio asintió.

—Eso se llama democracia, pequeño.

Pero algunos la confunden con obediencia o con miedo.

El Principito recordó que su rosa, aunque era orgullosa,

le había enseñado a no temer la verdad.

Así también debía ser Colombia:

un jardín donde cada flor diga lo que siente

sin que otra la pise.

Antes de partir, el Principito escribió sobre una piedra andina:

“Colombia no debe dormirse.

Debe despertar con respeto,

votar con conciencia,

y no dejarse dividir por el odio.

No somos enemigos, somos un mismo cielo con distintas estrellas.”

Y mirando el amanecer de los Andes, dijo:

—Dios bendiga a Colombia.

No es un país sin fe,

es un país con alma que aún puede restaurarse, repararse y no repetirse.

Luego, subió a su asteroide,

esperando que un día, los colombianos volvieran a escucharse sin miedo,

porque solo entonces —susurró—

la democracia volverá a florecer entre las montañas y las estrellas.


Anterior
Anterior

El Principito y la apología de la verdad

Siguiente
Siguiente

El Principito mira a Colombia: cuando el púlpito se volvió tarima