El Principito mira a Colombia: cuando el púlpito se volvió tarima
“Desde su asteroide, el Principito observa a Colombia y se pregunta por qué un país que dice creer en Dios gobierna como si lo hubiera olvidado. Entre discursos sobre familia, vida y fe, descubre promesas vacías, programas bien escritos pero mal vividos, y líderes que confunden evangelizar con hacer política.
El Principito comprende que muchos hablan de Dios, pero pocos le obedecen. Que el verdadero gobierno cristiano no se mide por palabras bonitas ni leyes religiosas, sino por la coherencia entre la oración y la acción, entre el altar y la decisión pública. Gobernar como Dios lo ha encargado no es buscar votos, sino servir con verdad, justicia y humildad.
Al final, el Principito concluye que aún hay esperanza: si un solo servidor público decide amar más la verdad que el poder, Colombia puede volver a brillar. Porque la luz de un creyente no está en lo que promete, sino en lo que cumple.”
Desde su pequeño asteroide, el Principito miraba con tristeza el planeta azul. No entendía cómo, entre tantas estrellas, aquella llamada Colombia podía brillar tan poco cuando había sido tan bendecida. Allá dicen creer en Dios le comentó la flor, pero parece que ya no gobiernan con Él.
El Principito, curioso, bajó a ese país de montañas y mares. Encontró banderas ondeando y discursos sonoros: “¡Defendemos la familia! ¡Protegeremos la vida! ¡Combatiremos la corrupción!”. Pero al mirar más cerca, descubrió algo distinto: promesas con brillo dorado por fuera y vacías por dentro, como las manzanas falsas de los comerciantes que conoció en otro asteroide.
Leyó sobre programas de gobierno llenos de palabras nobles: familia natural, dignidad humana, reconciliación, solidaridad, transparencia, cuidado de la creación. Todo sonaba tan hermoso que el Principito pensó que Colombia debía ser un jardín lleno de paz y justicia. Pero al caminar por los campos y las ciudades, notó que esas semillas aún no habían germinado. Los valores seguían escritos en papel, pero no en las decisiones. La corrupción era un viejo rey que seguía sentado en su trono. El hambre, un zorro sin dueño que merodeaba las calles. Y la reconciliación, apenas un eco en los templos.
Entonces el Principito tomó los principios cristianos como semillas de luz y los comparó con los actos de quienes decían representarlos. Descubrió que algunos sembraban la vida, pero no cuidaban la verdad; otros hablaban de familia, pero no de justicia; y algunos decían servir a Dios, pero servían al partido. Vio también cómo ciertos legisladores, entre ellos quienes alguna vez prometieron defender la fe, apoyaban proyectos que parecían olvidar la esencia de la Palabra: leyes confusas sobre identidad, familia y vida, discursos más políticos que espirituales. Entonces el principito preguntó con inocencia:
¿Será que el púlpito se volvió tarima? ¿Será que los votos pesan más que las almas?
En un rincón del Congreso encontró a una senadora que decía representar a Dios. En su escritorio había proyectos sobre “protección de los niños”, “identidad de género” y “derechos reproductivos”. El Principito los leyó con cuidado. Algunos eran buenos intentos de ordenar el caos; otros parecían escritos más por el miedo que por el amor. Y pensó: cuando Jesús caminó entre los hombres, no impuso leyes desde el poder, sino que transformó corazones con la verdad. ¿Será que en Colombia confundieron evangelizar con legislar?
Volvió a su asteroide y miró hacia abajo.
Zorro ,le dijo, ¿por qué los hombres hablan tanto de Dios pero gobiernan como si no existiera?
Y el zorro, sabio como siempre, respondió:
Porque olvidaron que gobernar es servir. Creen que ser autoridad es mandar, no cuidar. Prometen el Reino, pero construyen torres de Babel.
El Principito suspiró.
Entonces el problema no es que crean en Dios, sino que ya no le obedecen.
Comprendió que un verdadero programa cristiano no se mide por las palabras “vida”, “familia” o “fe” escritas en los panfletos, sino por la coherencia entre el altar y el acto público. Un cristiano en el poder debe ser puente, no muro; debe hablar poco y actuar mucho; debe rendir cuentas con la misma humildad con que ora. Porque gobernar como Dios lo ha encargado no es repetir Su nombre, sino reflejar Su carácter.
Y mientras observaba a Colombia desde las estrellas, el Principito concluyó que la política se había vuelto un púlpito vacío donde se predica lo que no se vive. Pero también creyó que aún hay esperanza: que si un solo servidor público decide amar la verdad más que los votos, y servir más que mandar, esa pequeña luz podría volver a brillar sobre la Tierra.
Entonces, con voz suave, el Principito susurró al cielo:
Tal vez aún no todo está perdido… pero es hora de que los que dicen seguir a Dios recuerden que fueron llamados a ser la diferencia, no la copia del mundo.