El Principito y el Universo que dejó solos a los niños
“En el Universo llamado Colombia los adultos gritan consignas y organizan protestas sin sentido, mientras los niños lloran en silencio. Los abusos sexuales aumentan más del 70 %, pero el Gobierno habla de paz y justicia sin mirar a quienes más sufre. En este universo el interés nacional se perdió entre marchas y discursos vacíos: los verdaderos enemigos son la indiferencia y el silencio que deja solos a los niños.”
El Principito llegó al universo de Colombia y no entendía por qué los adultos discutían tan fuerte. Había pancartas, gritos y discursos sobre una protesta que nadie sabía bien por qué empezó, pero todos decían que era “histórica”. Los vio tan convencidos, tan llenos de consignas, que pensó que al fin esa ciudad debía estar defendiendo algo grande. Pero al caminar un poco más, escuchó un llanto leve, uno que no aparecía en las transmisiones ni en los discursos. Era el llanto de los niños. Nadie los escuchaba, porque el ruido de la política es más fuerte que la voz de un menor.
Le contaron que en ese lugar, donde los adultos hablan de justicia social y paz total, los delitos contra los niños aumentaron más del setenta por ciento en un solo año. Que más de mil seiscientos fueron abusados en sus colegios y que en algunos barrios, la violencia contra ellos creció doscientas veces más. El Principito se quedó callado; no entendía cómo en un planeta donde tanto se menciona a Dios, nadie mira al inocente. Le hablaron de ministros que dan discursos sobre derechos humanos, de alcaldes que prometen más comisarías, de congresistas que citan versículos mientras aprueban leyes inútiles. Todos hablan de proteger a la niñez, pero los niños siguen cayendo.
Y fue entonces cuando comprendió que en este gobierno la palabra protección se volvió adorno, que el interés nacional fue un eslogan más, que mientras el país gasta su aliento discutiendo marchas sin sentido y batallas ideológicas inventadas, los verdaderos enemigos caminan libres entre nosotros: los abusadores, los cómplices silenciosos, los que prefieren callar para no incomodar.
El Principito quiso preguntarles a los gobernantes si sabían cuántos niños habían sido lastimados esta semana. Ninguno respondió. Estaban ocupados calculando votos y midiendo encuestas. Los periodistas miraban las protestas; las cámaras seguían los golpes, pero no las heridas que no se ven. Nadie filmaba los salones donde un menor teme hablar, ni las calles donde un niño abusado cruza con miedo al agresor que sigue impune.
Entonces el Principito escribió en su cuaderno: “En Colombia los adultos discuten por ideologías mientras los niños son sacrificados por la indiferencia. En esta ciudad, la violencia ya no viene de las armas, sino del silencio”.
Y antes de irse, dejó una última frase flotando en el aire:
“Cuando un pueblo deja de proteger a sus niños, ya no tiene futuro que merezca defender”.