El Principito y el asteroide del cuidado

“En la ciudad más cerca de las estrellas, el Principito mira desde su asteroide a Bogotá, la ciudad de sus amores. Allí donde debería brillar el cuidado, las luces titilan débiles, porque los recursos se fragmentan y las promesas se apagan antes de tiempo. El control político no es un castigo, es la urgencia de encender de nuevo cada farol, para que las mujeres que sostienen la vida no queden en la sombra. Porque si se marchitan quienes cuidan, también se apaga la estrella más cercana al corazón.El Principito estaba sentado en su pequeño asteroide. Desde allí miraba las estrellas y, entre ellas, distinguía una luz diferente: era la ciudad más cerca de las estrellas, la más cercana a su asteroide. Sus volcanes dormidos parecían encenderse de celos, pues el niño no apartaba la mirada de aquel lugar que le hacía latir el corazón”.

Con nostalgia le habló al farol que siempre lo acompañaba:

—Mira, allá abajo brilla la ciudad más cerca de las estrellas, pero su luz parpadea. ¿Por qué será que su resplandor se apaga y enciende como si le faltara aire?

El farol respondió con voz cansada:

—Porque aunque esa ciudad quiso construir el Sistema Distrital de Cuidado, sus lámparas están encendidas a medias. Se soñaron Manzanas del Cuidado, buses y servicios para aliviar a las mujeres que cuidan sin descanso. Se prometieron millones de atenciones y un futuro donde el tiempo de ellas tuviera valor. Y sí, mucho se ha hecho… pero los informes muestran grietas: servicios sin ejecutar, indicadores que no se cumplen, fichas que necesitan correcciones.

El Principito apretó su bufanda y suspiró:

—No entiendo cómo en la ciudad más cerca de mi asteroide pueden cansar así a quienes sostienen la vida.

El farol, titubeando, le confesó:

—El financiamiento llega en gotas dispersas; cada entidad empuja hacia un lado distinto. Se exige articular salud, educación, cultura, movilidad y trabajo, pero es como una sinfonía que nunca ensaya junta. Y mientras tanto, las cuidadoras siguen atrapadas, sin descanso ni oportunidades para crecer.

El niño bajó la cabeza y recordó a su rosa: “Lo esencial es invisible a los ojos”.

—Entonces, si el cuidado es lo esencial, ¿por qué la ciudad más cerca de las estrellas lo trata como un adorno?

—Por eso —respondió el farol— los sabios han tenido que llamar a control político. No para destruir el sueño, sino para exigir que las promesas se cumplan, que el presupuesto se ejecute, que cada lámpara permanezca encendida.

El Principito cerró los ojos y murmuró:

—No quiero que la ciudad más cerca de mi asteroide se apague en silencio. Si se marchitan quienes cuidan, se marchita la vida misma. Y si no se encienden con firmeza las luces del cuidado, ni el amor más grande podrá salvar a esa ciudad de la oscuridad.

Y así, sobre su asteroide, el Principito comprendió que cuidar de esa ciudad era cuidar de su propio corazón.

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La luz del Senado alumbrará el camino de la salud, no la sombra de una reforma improvisada