¿El día de la libertad… o el inicio de algo más oscuro?

“El 28 de julio de 2025 no será un día cualquiera. En medio de una institucionalidad debilitada, una justicia cuestionada y una ciudadanía profundamente dividida, Colombia enfrenta una decisión que trasciende a una sola persona: se trata del rumbo mismo de nuestra democracia. Mientras se enjuicia al expresidente Uribe en un proceso lleno de dudas jurídicas y señales de interferencia política, lo que está en juego no es solo un veredicto, sino la credibilidad de nuestras instituciones, el respeto por las libertades y el equilibrio de poderes. Este no es un juicio común: es un espejo del país que estamos construyendo, o destruyendo”

¿El día de la libertad… o el inicio de algo más oscuro?

Hoy, 28 de julio de 2025, no es un día cualquiera. Es una fecha que, para muchos colombianos, quedará marcada como un punto de quiebre. En medio de una paz total que no cuajó, de un país fracturado por la polarización política, y de un gobierno señalado por su falta de transparencia y su afán de control, Colombia presencia un hecho histórico: el juicio al expresidente Álvaro Uribe Vélez, quien, para una parte significativa de la población, ha sido uno de los líderes más influyentes de las últimas décadas.

El panorama institucional no es alentador. Hoy tenemos una cámara de representados, encabezada por figuras abiertamente oficialistas, donde el presidente de la Cámara, sin disimulo, promueve los proyectos del Ejecutivo sin mayor debate. Vivimos en una polarización profunda, alentada por discursos mesiánicos, símbolos manipulados y narrativas emocionales que dividen más de lo que construyen.

Y en este contexto, irrumpe un hecho que muchos ciudadanos no comprenden del todo, pero que sienten como una amenaza: una Fiscalía debilitada en su independencia, acusada de interceptar celulares sin orden judicial, de presentar pruebas poco claras y de actuar más como actor político que como garante de justicia. Una Fiscalía que hoy tiene en sus manos la responsabilidad de juzgar, pero que —según denuncias de juristas, abogados y expertos— no ha podido demostrar con rigor la culpabilidad del expresidente.

Muchos ciudadanos se preguntan:
¿Se ha perdido la imparcialidad de la justicia en Colombia?
¿Está la rama judicial siendo instrumentalizada por intereses ideológicos o políticos?

En medio de todo esto, emergen figuras como el senador Iván Cepeda, a quien algunos ven como parte central de este proceso. Y aunque el paralelo con Llorente —el español cuya discusión en una tienda desató la independencia— pueda parecer exagerado o simbólico, hay algo profundamente cierto: la libertad está en juego. Y no, no hablamos solamente de la libertad física de una persona, sino de las libertades que sostienen nuestra democracia: la presunción de inocencia, el debido proceso, la independencia de poderes, y el derecho a disentir sin ser perseguido.

Hoy, como hace siglos, la libertad no solo se mide en calles abiertas, sino en instituciones fuertes, imparciales y confiables. Y cuando un presidente concentra el poder, busca dominar las tres ramas del Estado, minimiza a la prensa crítica, y niega la necesidad de cooperación internacional mientras la economía se deteriora y la deuda se dispara… lo que está en riesgo no es un partido político, ni siquiera una figura política. Lo que está en riesgo es la democracia misma.

Por lo que si sale culpable y Estados Unidos nos puede pasar lo mismo que le hicieron a Brasil, pero en un país que ya rompió su regla fiscal, con una economía al borde de una nueva reforma tributaria, lo que menos necesita Colombia es una institucionalidad débil, una justicia convertida en espectáculo, y una ciudadanía dividida entre lealtades ideológicas y el silencio resignado.

Por eso, hoy no es un día menor. Es un día bisagra.
Podría ser el día en que la justicia demuestra su independencia y fortalece la democracia.
O el día en que se siembra la desconfianza definitiva y se consolida el autoritarismo disfrazado de legalidad.

Que el desenlace no lo decidan los titiriteros, ni los pastores del poder, ni los discursos calculados.
Que lo defina el pueblo, informado, crítico y consciente.

Que sea la verdad la que prevalezca.
Y que sea la libertad, la de todos, no la de unos pocos, la que se salve.

Dios bendiga a Colombia.

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