Dios mostró al Principito que su propósito tenía sentido

“Mientras la bancada provida del Senado cierra los oídos, ignora las realidades y se escuda en discursos de conveniencia, el Concejo de Bogotá demuestra que sí es posible escuchar, abrir el debate y dignificar la voz ciudadana. La diferencia es clara: unos eligen la ceguera como estrategia, otros entienden que la política es servicio y conversación. Y en esa distancia queda retratada la verdadera esencia de cada proyecto político: callar o escuchar, imponer o dialogar, desviar el propósito de Dios o caminar con él.”

Hoy parecía un día más. Un día en que el Principito seguía escribiendo en silencio, invisible como sus páginas, soportando improperios, amenazas, disconformidades y hasta llamados de atención de algunos para que callara. Pero él continuaba, firme en la lucha, con la fe intacta y el corazón puesto en sus banderas.

Sin embargo, no era un día cualquiera. Horas más tarde, el Zorro le envió un mensaje. El Principito lo leyó y una lágrima se deslizó por su mejilla. Sus labios solo pronunciaron: “Gracias, Dios”.

El Zorro, sorprendido, preguntó:

—¿Por qué lloras?

Y el Principito respondió:

—Porque estudiar hasta el final de cada día, con la esperanza de cambiar el mundo y defender mis valores, hoy tiene un propósito. Porque aunque pude haber hecho muchas cosas diferentes en estos años de batallas, todo lo entregué por mi rosa.

¿Qué pasará después? No lo sé. Pero gracias, Dios, y gracias, Zorro, por darme esta alegría.

Entonces, dio una vuelta por su pequeño asteroide, levantó los ojos al cielo y exclamó: “Por fin alguien entiende que el secreto está en que seamos escuchados”. Luego se sentó junto a su rosa, la besó con ternura y volvió a sus estudios. Porque entendió que no basta con hablar: hay que hablar con sustento, con verdad y con el propósito que Dios puso en su camino.

Esa noche, mientras escribía, pensaba: muchos creen que la política es una guerra. Pero no es así. La política es —o debería ser— una conversación. Y si se escribe a quienes dirigen, no es para sacarlos de sus casillas, sino para advertirles que desde la baranda se ve cómo se tuerce el camino. Al final, las cuentas no son solo con los ciudadanos: son con Dios, quien confió en cada uno una misión que no debe desviarse.

Y al cerrar los ojos, recordó las palabras del Señor:

“Porque yo sé los planes que tengo para ustedes —declara el SEÑOR—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza” (Jeremías 29:11).

Siguiente
Siguiente

Cuando el Senado calla y la bancada provida se diluye, la esperanza del Principito brilla en el Concejo de Bogotá