Bogotá, nuestra rosa: unamos la familia para volver a cuidarla

““En Bogotá descubrí que muchos carros desaparecen cada día. Pero pronto entendí que no son solo carros: son familias que pierden su tranquilidad, niños que pierden su camino al colegio y abuelos que no alcanzan a abrazar a sus nietos. Una ciudad es como una rosa: frágil, pero fuerte cuando alguien la cuida. Por eso debemos unirnos —vecinos, familias y concejales— para proteger lo más valioso: la vida y la esperanza de quienes amamos.”Un día, mientras caminaba por las calles de Bogotá, descubrí que la ciudad tiene un problema que la entristece profundamente. En el año 2023, fueron hurtados 3.849 automóviles. Eso quiere decir que, cada día, al menos diez personas vieron cómo les arrancaban no solo un vehículo, sino también parte de su tranquilidad”.

Los grandes me mostraron cifras que parecían pesadas como piedras: Kennedy con 897 casos, Engativá con 430, Puente Aranda con 314, Rafael Uribe con 308, Suba con 290, Ciudad Bolívar con 289 y Bosa con 215. Pero lo que más me sorprendió fue lo que pasó en Tunjuelito, donde los robos se duplicaron en un solo año: de 82 en 2022 a 168 en 2023. Como si a las estrellas de ese barrio se les hubiera apagado la luz dos veces más rápido.

Pero pronto entendí que un carro no es solo un carro. Es el camino que lleva a los niños al colegio, la herramienta de un trabajador que sostiene a su hogar, o el puente que une a los abuelos con sus nietos. Cuando un vehículo se hurta, lo que se roba en realidad es un pedazo de familia, de esperanza y de confianza.

Al mirar más de cerca, vi que nuestra fuerza pública se ha ido reduciendo, como un farolero cansado de encender faroles demasiado grandes para sus manos. Y entonces pensé: ¿qué sería de una ciudad sin faroles? Quedaría a oscuras, y en la oscuridad siempre acechan los ladrones de sueños.

Por eso, Bogotá, hoy quiero decirte algo: no basta con esperar que otros te cuiden. Cada familia, cada vecino, cada barrio, puede ser también un guardián. Así como yo cuidaba mi rosa en un planeta pequeño, con esmero y amor, también podemos cuidar esta ciudad. Parece inmensa, pero en realidad lo que necesita es el cuidado de todos, como si fuera nuestra rosa más delicada.

La unión comienza en lo sencillo: en saludar al vecino, en apoyarnos entre familias, en proteger a los niños que juegan en la cuadra, en denunciar lo que está mal sin miedo. Si Bogotá logra recuperar esa confianza que se teje en lo cercano, ningún ladrón podrá apagar su luz.

Y en este esfuerzo, no podemos estar solos. Hoy quiero hablar con ternura y esperanza al Concejo de Bogotá: ustedes también son parte de esta familia que llamamos ciudad. Los necesitamos cerca, escuchando a las comunidades, acompañando a los barrios que sienten miedo, diseñando estrategias que protejan lo más valioso que tenemos: nuestras vidas, nuestras familias y nuestros niños.

Bogotá no será segura solo con policías o leyes, sino con un Concejo comprometido en cuerpo y alma con su gente, trabajando de la mano con cada localidad. Les pedimos su ayuda, no como súplica de extraños, sino como la voz de una familia que clama por unión. Porque si aprendemos a cuidarla juntos, la rosa volverá a florecer, y los faroles iluminarán de nuevo cada rincón de nuestra casa común.

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