"La Dirección de Asuntos Religiosos: de garante de la fe a cuota silenciosa del clientelismo cristiano"
En un país donde el 90% de la población se declara creyente, el manejo del tema religioso no debería tomarse a la ligera. Pero en Colombia, la fe también se ha convertido en negocio político. El cargo de Director de Asuntos Religiosos, que debería servir para proteger la libertad de culto y mediar entre el Estado y las distintas expresiones religiosas, se ha transformado en una cuota burocrática negociada por partidos cristianos como Colombia Justa Libres.
Lo que empezó como una necesidad institucional, hoy es simplemente una ficha de canje, repartida al mejor postor religioso, a cambio de apoyo legislativo o silencio estratégico frente a decisiones del gobierno. A esto se suma una profunda crisis de coherencia: los partidos cristianos no saben si son derecha, izquierda o simplemente gobierno. Y en esa confusión ideológica, han perdido toda independencia moral y política.
La Dirección de Asuntos Religiosos fue concebida para velar por un principio constitucional: la libertad de cultos. Pero hoy es poco más que una secretaría decorativa, utilizada por el gobierno de turno para congraciarse con los sectores religiosos evangélicos que le aseguran movilización y votos.
Los partidos cristianos que antes se declaraban moralmente firmes y políticamente conservadores, han pasado sin rubor de apoyar gobiernos de derecha a pactar con proyectos de izquierda, siempre que haya algo que ganar: contratos, cargos, visibilidad o poder simbólico. No hay doctrina ni principios. Solo cálculo.
El caso de Colombia Justa Libres es ilustrativo. Mientras algunos de sus voceros se presentan como defensores de la “familia tradicional” y los valores bíblicos, negocian silenciosamente con el Ejecutivo la asignación del Director de Asuntos Religiosos. ¿Qué sentido tiene hablar de independencia cristiana si al final se subordinan al poder?
Peor aún, quienes ocupan el cargo no son voces proféticas que denuncien abusos ni garantes de pluralismo religioso. Son funcionarios obedientes, al servicio del gobierno de turno, sin capacidad de contradecirlo, incluso cuando líderes religiosos son perseguidos, amenazados o asesinados en zonas de conflicto. Su silencio no es institucional, es estratégico. Y profundamente vergonzoso.
Lo que debería ser un espacio técnico y plural, se ha convertido en un premio de consolación para partidos que se dicen cristianos pero actúan como partidos de gobierno. La Dirección de Asuntos Religiosos, en vez de ser un puente entre la diversidad espiritual del país y el Estado, es ahora una embajada política disfrazada de representación religiosa.
La verdadera tragedia no es solo la cooptación burocrática, sino la renuncia ética: los partidos cristianos ya no le hablan a Dios, sino al poder. Y en ese proceso, pierden su autoridad espiritual, su voz moral y su razón de ser.